lunes, 26 de septiembre de 2011

Mi Planeta. Naturaleza Glieseliana y/o Humana.

-    En resumen, nosotros nos encargamos de su extinción, ¿no? No será muy difícil. Hasta que lo podamos llevar a cabo todo me encargaré de que piensen que somos amigos. Hablando bien o mal de ellos pero hablando con ellos, que no sospechen nada. Que conste en acta que todo lo que diga de ellos tanto positivo como negativo no se me puede tener en cuenta ya que solo es disuasorio. Mientras ellos se entretienen con lo mío, nosotros tendremos vía libre para exterminarlos casi por completo.
Así empezamos nuestro plan del fin de la humanidad. Será fácil. Tenemos seguro que les costará cooperar entre ellos para detenernos. Si esto pasara daría igual, somos infinitamente superiores, el único inconveniente sería que tardaríamos un día y medio más. Minucias. Empezaremos con los humanos que en su representación de La Tierra aparecen en la “canta” (Este para los humanos, es decir los chinos, japoneses, etc. Asiáticos para mayor información). Para que nosotros nos entendamos: los que tienen los órganos visuales de la cara más rasgados y la cara misma más plana. Es posible que se lo esperen y estén preparados, por eso que se les oye mucho decir de que sospechan de todo…

-        Según he entendido eso es simplemente una forma de meterse con los asiáticos, señor.

-        Otra razón para exterminarlos. ¿Nunca les han enseñado que no hay que meterse con los de la misma especie?
Prosigamos.  ¿Cuánto nos puede costar la primera fase, su Asia entera?

-        Según mis cálculos y si no pasa nada extraño… un día más o menos.

-        ¿Día humano o día Glieseliano?

-        Glieseliano, por supuesto, señor.

-        Perfecto. Entonces pasaríamos a la segunda fase: mentiríamos y diríamos que han sido nuestros vecinos los একটিאַד (de los cuales desconocen su existencia). Mientras se lo creen o no ya nos hemos deshecho de los “líderes”. Mucha manía les he cogido, creyéndose los amos del mundo, (ni que fueran superiores). Así la parte “conto ran” (Noroeste de su planeta), o americanos del norte: exterminados…

-        Nos queda el centro y el “som” (sur), señor. Me gustaría sugerir no exterminar a todos los humanos de cada una de estas zonas, si no coger a los niños y niñas que viven en orfanerías…

-        Usted se refiere a orfanatos.

-        Eso es, disculpe. Y, como iba diciendo, darles a ellos una oportunidad, bajo nuestro control no riguroso. Solo para no provocar un genocidio, mi señor.

-        No es mala idea, cogeremos huérfanos de estas zonas. Unos mil de cada una.

El centro no creo que se pueda defender mejor que las otras partes ya muertas, aun con la ventaja que les damos. Así que la tercera fase es fácil y rápida. Yo calculo que un día glieseliano.
Las grades civilizaciones que queden en el “som” también desaparecerán, en la cuarta fase. Pero quiero dejar en pie pequeñas tribus y pequeños grupos de humanos que no estén tan infectados de egocentrismo como las ya exterminadas en ese momento. Humanos que no sepan quienes son, que aun estén empezando. Quiero darles una oportunidad de empezar de nuevo sin la influencia de las grandes potencias terrestres, sin ser oprimidos y no estar en desventaja con el resto de su raza. Por supuesto que los vigilaremos y observaremos, pero a distancia. Si algo saliera mal, no tendrían otra oportunidad. (A no ser que nos demos cuenta que el problema no ha sido la naturaleza humana si algún fallo externo). Y La Tierra la utilizaríamos como campos de agricultura para poder abastecernos a nosotros y a los একটিאַד . Cultivaríamos comida terrestre, que no está mal del todo, y que luego podríamos mejorar…

viernes, 23 de septiembre de 2011

Otro planeta II. Fuegos Artificiales.

He de decir que siempre me habéis parecido indígenas. Una especie que solo piensa en si misma. Que no ven más allá. Que se centra en pelear consigo misma. Que se destruye y destruye su hábitat. Guerras. Destrucción. Odio. Egocentrismo, etc. Pero ayer me di cuenta de que sois, al menos una pizca, amor. Que habéis creado algo mágico. La humanidad, la convivencia, la civilización. Es posible que os estéis destruyendo, pero lo hacéis de forma que os da un poco igual, y eso no está mal del todo; si no, todo sería tristeza. No creo que duréis muchos miles de años más. Pero los que duréis, me atrevo a decir, que con esperanza. Esa esperanza de la que hablo la vi  ayer en lo que llamáis fuegos artificiales. Algo muy simple consigue acercar a cientos de personas a un lugar bonito por defecto, un parque cerca de un río. O sin río. O con una fuente gigante en medio. El caso es que casi siempre coincide que hay árboles. No entenderé mucho de La Tierra, pero sí sé que de lo más hermoso que contiene es el verde. El verde de los prados, el verde de los árboles y de la hierba. El manto verde que cubre vuestro globo me fascina. Y como iba diciendo, cientos de personas se reúnen. En silencio observan algo maravilloso, creado por el hombre, lo cual lo hace más magnífico. Cohetes que explotan y salen luces de diferentes colores y que a veces hacen formas. A veces acompañados de música, algo que también me parece fascinante. A los humanos se os olvidan los problemas: discusiones, deudas, tristeza, rebeliones, etc. Y cuando acaban aplaudís todos juntos. Se comentan, se critican, se adulan… Y cada uno vuelve a su triste realidad.

Pero como ya he dicho aún queda esperanza. No solo en los fuegos artificiales, si no en todo aquello en lo que la humanidad se respete, se junte y se relacione de la forma en que se huela la esperanza de la que os hablo.

A Marta.

Zombies

Ya habíamos encendido las velas, como cada noche, y las habíamos esparcido por el salón. La puerta estaba atrancada y las ventanas bien tapadas, para que las bestias de fuera no pudieran saber que estábamos allí. Los ocho nos encontrábamos ya sentados en círculo. Todos me miraron. Sabía el por qué, así que comencé:

-        Hoy hace ya unos 13 años que sucedió todo. 13 años que vivimos en este vecindario en grupos de 8 personas. En cada casa un grupo asustado se metió para resguardarse, y hoy no tenemos ningún miedo porque sabemos a lo que nos enfrentamos y a lo que nos vamos a enfrentar cada día del resto de nuestras vidas, y es lo que hay,  no lo podemos cambiar. Hoy me toca animar un poco la noche a mi, contar un pasaje de mi vida.

Todos se acomodaron, tomé un vaso de agua y continué:

-        Ya sabéis quien era mi padre. El hombre que nos ayudó. Un desconocido que se convirtió en amigo. Hasta el día en el que murió me contó su historia. La historia de cómo empezó todo. Viviendo en una ciudad pequeña como era la nuestra, en la que nunca pasa nada no te imaginas que vaya a empezar algo nuevo, algo grande y nuevo, pero desastroso, monstruoso, horroroso…

<< Tuve que ir al hospital. Nada grave, migrañas. Cuando fui a salir no nos dejaron. Un grupo del ejército bloqueaba las entradas y salidas. Las puertas retumbaban como si algo las estuviese intentando abrir. Nadie sabía lo que pasaba. Había pánico en la sala. Fui a hablar con uno de los soldados. “Este hospital está cerrado por su seguridad, el exterior está en cuarentena”. “No se puede poner el exterior en cuarentena, ¿y nosotros? ¿no nos van a sacar de aquí? ¿qué demonios está pasando ahí fuera?” No entendía nada, ni yo ni nadie, y supongo que los soldados tampoco entendían demasiado y solo cumplían con su deber. “No puedo decirle nada más…” me hizo un gesto para que me acercara y nadie más oyera lo que me iba a decir: “…porque no sé nada más, solo sé que no es un simulacro, y que van a venir a por nosotros. También sé que se trata de algo peligroso.” Estaba claro que sabían de qué se trataba. Al otro lado de la sala había un guardia que cada vez que la puerta hacía amago de abrirse, saltaba del susto, casi llorando y temblando. Se le calló el arma y salió corriendo en uno de estos amagos. Todos los que estábamos allí, casi simultáneamente, enloquecimos y nos abalanzamos contra los soldados para exigir saber qué pasaba. En ese momento una de las puertas se abrió y todos los de dentro vimos como la gente entraba corriendo y gritando histéricamente delante de lo que simpre hemos conocido como zombies. Todas las personas que habíamos estado dentro desde el proncipio empezamos a correr también hacia el interior del hospital mientras los soldados disparaban. Hubo un momento que les daba igual donde disparaban debido al miedo y empezaron a dar a civiles. El pánico era tremendo. De repente alto el fuego y a correr como todos los demás. Yo me escondí en una de las habitaciones del segundo piso, en un armario. Por la rendija de las puertas pude ver como se habría la puerta de la habitación… >>

De repente se abrió la puerta que supuestamente estaba bien atrancada y una horda de zombies entró a la casa. Nos quedamos acorralados en el salón. La única escapatoria era la ventana. Desgraciadamente el tiempo que nos costó quitar las tablas de madera, los candados y demás medidas de seguridad, irónicamente, les costó la vida a seis de los nuestros. El anciano y yo salimos como pudimos por al ventana y corrimos a la casa más cercana mientras los demás zombies que quedaban en la calle nos seguían y los que habían entrado en nuestro refugio salían a por nosotros también. El anciano se ofreció a cubrirme las espaldas mientras yo llamaba, decía la contraseña para poder pasar y entraba. A él le cogieron y  yo pude salvarme… y ahora estoy aquí, junto a vosotros ocho, animando esta noche, y contando uno de los pasajes de mi vida.

A Aitor.

martes, 6 de septiembre de 2011

Noche tranquila

Mirando hacia el patio de vecinos del edificio. Observándolo con la tenue luz que pasaba por los cristales translúcidos de las ventanas de los rellanos. Hacia arriba el cielo nublado que no dejaba ver ninguna estrella. Hacia abajo, durante apenas un segundo, parecía, hasta que la vista se acostumbraba, que caías al vacío. Más tarde se distinguía el patio, el lugar en el que cosas de valor y pinzas de tender extraviadas se perdían para siempre.

No se oía otra cosa que el choque de las persianas golpeadas por el viento, y el silbido de este que a ratos era más fuerte. De vez en cuando algún cacharreo de útiles de cocina de algún vecino tardío. En definitiva, era una noche extrañamente tranquila, y más teniendo en cuenta el barrio en el que se encontraban: bastante conflictivo y más a esas horas de la noche. Siempre se oía alguna sirena de policía, la música de algún bar que conseguía salir del antro cada vez que la puerta se abría, o algún borracho estampando botellas contra los muros de la calle. Pero esa noche nada.